las debilidadesLas debilidades y privaciones son condiciones espirituales, emocionales o físicas, que nos desagradan.  Pero, ¿por qué se complace Pablo en las suyas?  ¿Qué tienen de especial?

2 Corintios 12:7-10 (LBLA)
Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca.  Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí.  Y El me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí.  Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Yo, como una persona con un quebrantamiento relacional y sexual, experimenté un profundo sufrimiento a través de un largo período de mi vida por la angustia y carga que producía el haber tenido un estilo de vida homosexual, el haber sido abusado sexualmente y maltratado emocionalmente en mi niñez y juventud y el, sencillamente, no haber tenido una relación adecuada en mi niñez con mis padres.  Cuando llegué a los pies de Cristo, esperaba que se diera un cambio radical e instantáneo que me hiciera superar rápidamente los sinsabores del pasado. Al menos esperaba que el proceso de restauración fuera lo más corto posible.  Pero, eventualmente, me di cuenta que la restauración tomaría su tiempo.

Luego,  empecé a entender que otros instrumentos, como la masturbación, la pornografía, la co-dependencia, que antes me servían para desahogar mis frustraciones, ahora eran también pecaminosos o dañinos y me habían producido hábitos adictivos que agudizaban mi quebrantamiento y profundizaban mi angustia.  Caí en la desesperanza. ¿Comparado con la propuesta de Pablo, qué podía tener de especial y agradable este escenario de debilidad?  Realmente nada.

El quebrantamiento me absorbía,  porque había endiosado la restauración, había condicionado mi entrega a Cristo a que Él me sanara lo más pronto posible y me librara instantáneamente de la desdicha que sentía. Para mí era más importante sanar que mi relación íntima con Dios. Le imploraba al Señor que me sanara, que me sanara, que me sanara, no tres, sino incontables veces, y la falta de una respuesta inmediata me empujaba a la desesperación, pudiendo hacerme incluso retroceder y recaer en mi quebrantamiento original. El falso dios creado por mí me separaba más aún de Dios, quien se veía imposibilitado de responder a mi clamor, por no buscarlo auténticamente.

Pablo y las Debilidades

Entonces, ¿qué perspectiva tenía Pablo que le animó a escribir el texto de 2da a Corintios 12:7-10, que le hizo llevar a la debilidad a un sitial tan alto? ¿Por qué planteó el estado de la debilidad como una fortaleza, como algo en qué complacerse? Mi desesperanza no me permitía comprenderlo.

Es obvio que todos los seres humanos estamos propensos a todas las debilidades. No somos perfectos en ningún aspecto emocional, intelectual, físico o espiritual.  Ese estado está aún por venir.  Aún en aquellas áreas en las cuales nunca hemos sentido debilidad podemos ser tentados y caer.  O si hemos sido sanados en algún aspecto, no podemos pensar que ya no somos vulnerables allí.

Pablo, un hombre acostumbrado a tener todas sus oraciones contestadas casi antes de que las elevara, un hombre acostumbrado a tener un contacto tan íntimo con el Señor que las revelaciones le eran cotidianas, se consiguió de repente con que una debilidad, quizá la de mayor incomodidad, no le permitió conseguir la respuesta anhelada e inmediata.  Para Pablo, orar por algo tres veces era algo insólito.  Sin embargo, sí consiguió una respuesta. Le dijo el Señor: Mi poder se perfecciona en tu debilidad. Esto le dio paz a Pablo, aunque la debilidad permanecía tan intensa como siempre, aún más, le llevó a depender tan profundamente del Señor que le dio un giro a su interpretación de su debilidad: ahora podía gloriarse y complacerse en su debilidad.

Las debilidades en nuestras vidas

El querer ser sano para no padecer más de fantasías, tentaciones y deseos lujuriosos que tenía que negar de manera forzada para no caer en pecado, me obligaba a pedirle muchas veces al Señor que me cambiara, limpiara y restaurara, con desesperación, con llanto en los ojos y miseria en el corazón, ya que la negación misma me hacía sufrir. Pedía el estado perfecto, de absoluta pureza.  Pedía lo imposible, algo absolutamente fuera de la voluntad de Dios.  Lo perfecto, lo totalmente sano no se ha dispuesto para esta vida.  Por tanto no hallaba respuesta y crecía mi dolor.  Sólo cuando cambié mi enfoque de mi pena y amargura, de mi deseo de sanar al de tener una auténtica relación con mi Padre celestial, empezó a realmente darse un proceso de sanidad en mí.

Poco a poco fui alabando al Señor, acercándome a él, a pesar de que mi dolor aún estaba allí.  No hubo que echar fuera de mí ningún demonio, no tuve que hacer votos, solo tuve que cambiar mi manera de pensar y entender que debía solamente adorar a Jesucristo. A Pablo le tomó orar tres veces el entender que todo era por gracia y no por esfuerzo propio.  A mí me tomó muchas veces más, pero espero que a ti te tome sólo una vez más, luego de que Pablo y yo nos hemos tomado el tiempo de transmitirte nuestras experiencias para que tú no sigas sufriendo. Mira al Señor y su gracia, olvídate de ti, olvídate de recordarle al Señor que te estás sacrificando por Él en tu pena y tus esfuerzos por agradarle.  Lo que haces es darte a ti mismo y a tu sanidad el primer lugar del cual has desplazado a Dios.

Pienso que mucha de mi sanidad se alcanzó cuando comencé a orar, no pidiendo ser totalmente restaurado, sino pidiendo que el nuevo estado al cual me llevara el Señor me diera paz.  La oración debía ser por la paz que produciría el aceptar cualquier condición a la que me llevara el Señor. Como le sucedió a Pablo, tampoco yo voy a alcanzar la sanidad total en esta vida, pero en ese estado de equilibrio al que Dios me ha traído, tengo paz, pues ya no son mis deseos los que controlan mi sentir, sino que tengo el poder para controlarlos yo a ellos,  a pesar de que muchas veces soy expuesto al sabor desagradable de la  tentación, pero sin tener que caer en ella. En mí, el estado auténtico de sanidad se logró cuando todas mis debilidades, sin desaparecer, perdieron su control sobre mí, porque aprendí a buscar al Señor, no por interés, sino por Él mismo, por agradarlo con mi nuevo estilo íntegro de vida y por complacerlo en sus peticiones hacia mí. Ya no hay angustia, ya no hay dolor, sólo hay una amable complacencia en el gozo que me da en su amor al otorgarme el poder que mora en mí para vencer todo deseo de la carne.